lunes

Con un lazo color naranja y en una cajita magenta‏ (cuento)

 Ya era tarde y juntos avanzaron rumbo al campo de tenis, Andy llevaba una raqueta en cada mano, una para él y otra para Yahir: su amigo inseparable, quien era un tanto más joven que él por lo cual se formaba una unión casi imperceptible de un poderoso amor intelectual, noble y libre de promesas,  ya que entre ellos ya todo estaba cumplido.
 Al llegar,  ya había anochecido por completo y no había ni un alma en la cancha, los dos tomaron asiento en una de las bancas cercanas,  Andy estaba fúnebre;  Yahir sería operado al día siguiente por algún grave problema de salud y no se sabía más sobre el futuro que le esperaba, sin embargo lucía fuerte,  nadie ni él más avezado hubiera imaginado que ese joven amigo de Hyacinthus, pudiera guardar en su cuerpo rastro alguno de enfermedad.
 Mientras comenzaba el calentamiento bromeaba sobre el resultado de la intervención,  que si viviría, que si no, y sonreía, como sonríe un niño negligente sin comprender el dolor ajeno.  Andy cada vez palidecía más y observaba a detenimiento el vacío como cuando estás preocupado y te quedas mirando algo de fijo;  la idea de la fatalidad carcomía el trozo de alma que aún conservaba en su tibio pecho. De un momento a otro Yahir exclamó:
-Tal vez morirme sería lo mejor, ya lo venía pensando, ¿sabes?

Algo en el cerebro de Andy explotó,  de un salto se puso de pie y llegó hasta donde estaba su amigo, le abrazó y después,  tomando por el mango una de las raquetas, empezó a golpearlo una y otra y otra y ¡otra vez! Primero Yahir sintió el dolor y la sangre ardiendo en los costados de su cabeza, lloraba y gritaba alguna plegaria, luego se desplomó, soltando balbuceos, luego sonidos guturales, después nada; se movía en estertores a cada nuevo golpe, mientras sangraba profusamente, recostado en un charco rojizo. Finalmente, Andy  se detuvo y tomando en sus brazos lo que quedaba del muchacho lo estrechó fuertemente diciéndole al oído:
-Ahora estarás seguro, ¿sabías? Ahora nadie te hará daño ¡los doctores son tan fríos!

Y le empezó a escarbar la cabeza ya plagada de coágulos oscuros, arrancándole los cabellos con las uñas, como si quisiera guardar de recuerdo el pelo de su amigo, ¡como si quisiera guardarlo!  Con un lazo color naranja y en una cajita magenta.

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