by Rodia' *
Recordarás que el invierno corría de prisa en esos días. Yo era de esos típicos cancheros que yiraban de bar en bar demostrando en cada puerto que me las sabía ninguna. Que callejas de mala-muerte donde la conocí, Dios mío. Su cara de quinceañera era presto refutada por su cuerpo de treinta y cinco, ese cuerpo que con tanto cuidado habré de trabajar en la bañera del motel Edén. Cómo laburaba la yiradicta en el pesebre ese, que a pesar del averno donde estaba metido, reconozcamos que ganaba su linda clientela. Y yo, agrio como me conocés, que me costaban las mil y una entablar relaciones con quienquiera; pero esta bataclana me dejó en seco. Movía el traste que daba calambre. Pero, no tengo ni que decírtelo, yo me creía muy muy para meterme en esos enredos.
La mentira me parecía evidente, pero parece que el secreto fue pasando desapercibido en el bulo, y no era más que otro chabón que pone su par de Sarmientos, y a otra cosa mariposa. No sé ni como habrás hecho vos para darte cuenta. Ahora, siempre lo mismo con nosotros los maulas. No hay vez que no nos chichonee el destino. Hete que me la veo en el bulo, mientras estábamos con los pibes, tan graciosa la desgraciada con el bombo lleno de humo. Creo que a partir de ese día se me fue ocurriendo la cuestion. Después de eso no supe pasar más por esos pagos, a pesar de que me hincharas siempre las pelotas de tomarme una birra con los pibes. Necesitaba para mis propósitos dejar de verla un largo tiempo. Como de seguro sabrás, en mis rebusques me había laburado ya la beca, y en lo que tardaba en pasar febrero, me las piraba para México. Le tuve que meter mecha al acelerador.
Ah, me olvidaba de contarte. La llegué a ver la semana pasada. En serio. Estaba con una de sus amigas de profesión, videando unas pilchas en la vidriera. Yo me puse en uno de esos bancos típico de la peatonal, a chuparme un faso, observándola detrás del humo que no sabía tener cabida en mis pulmones. Te juro, bastó que me distrajera tres o cuatro instantes para que ella, como si nada, se hiciera presencia frente a mí, y me dijera, socarrona.
-Despierta, ¿qué miras en el cielo?, ¿son cuervos?, ni siquiera hay estrellas. No te duermas, siempre estás en las nubes.
Yo, si no me conocerás, siempre que me la tiré de atorrante, me bastó la mirada entretenida de una pendeja preñada para ponerme rojo rojo, de la frente hasta el cogote. De todas maneras, y para mi suerte, la piba se las tomó así tan rápido como llegó, recriminando a la distancia.
-¡ya me voy!-
Así, de a poco se fue haciendo humo difuso y una viscosidad que no quería soltarse de mis recuerdos. Me preguntaba de porqué se había acercado al cuete a contarme la nada de conversación que tuvimos. Tal vez sabía lo de mi proyecto, y de pícara nomás estaba jugando conmigo. Algunas hormigas yiraban por mi estómago, y preferí mejor largarme como para su dirección, a ver si por lo menos podía pispearla aunque sea desde una distancia minimamente inteligente, tener aunque una mera pista de cómo podría haber seguido su vida. La veía tan alegre, tan llena de vida, que me brotaba, no sé, tocarla una última vez antes de aquello; sentir su vida pasar por mis dedos. Pero se hizo tarde, y recapacité. La cuestión no estaba para hacerse el picante. Mejor volver a casa. Y así lo hice.
Y acá estoy, apoyado contra la ventana pensando los últimos retoques, con un disco de los Redondos haciéndome de entre-telón ¿lo escuchás? Mirá afuera. Las nubes están cubriendo de a poco el majestuoso cielo. Una noche cerrada entre tantas otras. Me da un poco de vergüenza, pero tengo que confesarte que ahora siento como un zumbido sordo que sube de mi memoria hasta los oídos. Es ella, que entre risas me dice.
-Despierta, ¿qué miras en el cielo?, ¿son cuervos?, ni siquiera hay estrellas. No te duermas, siempre estás en las nubes.
Volveré como quedamos, eso sí, dentro de unos meses, apenas comience de nuevo el infierno. Será así, volveré. Caerá justo martes. No lo sé, es un presentimiento. Bajaré del avión, pasaré por tu depto e iremos directo al cementerio de Chacarita. Habré cambiado lo suficiente, espero. La vida me habrá curtido de experiencia y desengaño. Me habrá curtido, y ya llegando a su sepulcro, veremos a nadie de la familia, y lleno el lugar de rameras y cafishios. Los pibes nos contarán que alguien, quién sabe de dónde habrá salido, se la habría llevado a un mejor lugar, lleno de sangre y carne revolviéndose en la bañera del motel Edén. Es una lástima pensar en esto, mientras cierta viscosidad de mi memoria se me escapa y la veo, de nuevo, entre el humo y las viseras, contando una que otra gracia que no viene al caso, frente las vidrieras de la peatonal, el baño que está hecho una mugre, mientras desaparece, dejando a su paso el eco de sus palabras.
-ya me voy, tengo que volver debajo de la tierra y la canilla.
Pero bueno, me están tocando bocina. Mejor cuelgo y me voy para abajo, que los taxistas suelen ser de malhumorados cuando se los hace esperar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario