Confesiones de un muerto frustrado
Bajé al infierno y me senté en un enorme peñasco, había muchos muertos a mi alrededor recién salidos de la vida; busqué con la mirada a Óscar Wilde, a Donatién de Sade, Horacio Quiroga, Charles Baudelaire y Guy de Maupassant, entonces logré verlos a lo lejos; tenía muchas preguntas que hacerles.
Cuando ya estaba por llegar hasta donde estaban vi que se cernía un muro entre ellos y mi persona que tenía esta leyenda:
“sólo muertos vip, prohibido pasar, hablar, invocar o cualquier intento pobre de llamar su atención”
Entonces traté de derribar ese monolito de roca pero no pude, con las manos enrojecidas me dispuse a volver a mi peñasco; finalmente, amargado, desconsolado y pesaroso me conformé con reírme de los suicidas que iban pasando con las muñecas ensangrentadas o el cuello a modo giratorio de 360 grados; uno de ellos se detuvo y me dijo, para trastornarme, “yo ya hablé con todos ellos” y se fue, carcajeándose; tenía la cara pálida y su boca morada, fatalmente despellejada, delataba que se había tragado toda la farmacopea. Suspiré.
Confesiones de un muerto que no estaba muerto
Entonces creí ver algo, algo así como…. ¿cómo te explico? como un túnel y una luz blanca…
Ahora doy entrevistas en programas de psíquicos medianamente famosos.
Confesiones de un muerto satisfecho
Cuando llegué, Oscar Wilde rápidamente lanzó las frases más geniales dedicadas a mí, Baudelaire me invitó de su mejor alcohol y su más selecta marihuana; Poe me recitó El Cuervo, mientras Maupassant, Quiroga y Sade me daban un relajante masaje.
Afuera se escuchaban los gritos de los muertos plebeyos.
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