Alfonso no lograba dormirse, era de noche y el termómetro marcaba 40 grados; aquello parecía el mismo infierno, el cielo estrellano contrastaba con la oscuridad de la noche y los mosquitos hacían de la suyas buscando un banquete de sangre fresca en el muchacho. Cada vez que llegaba era lo mismo, el sabor de las tierras que espiaron su infancia era un sabor a tierra mojada por lluvias egoístas, un sentimiento imposible de piel pegajosa y un sol que no provocaba bochorno si no que ardía violento, furioso, corroía la piel como ácido y adormecía la razón avivando el deseo, elevándolo al infinito.
De un salto se reincorporó, y colocándose la camisa de manta a medio abotonarse, como acostumbraba, escondió su navaja de bolsillo entre la vestimenta y salió a caminar, fumando, con las bermudas para descanso y el pelo revuelto, empapado casi en sudor. La calle del pueblo estaba desierta, llegó pronto a un parque y sentándose en una banca empezó a meditar; pronto regresaría a su vida habitual; últimamente el pueblo le cansaba más que reconfortarle, entre asuntos familiares y mosquitos se estaba desangrando; esa era la cosa y la cosa era algo por demás terrible.
Dé pronto a lo lejos divisó una sombra, poco a poco se percató que era de un hombre; un campesino que se acercaba lentamente, el primer impulso fue de desconfianza, naturalmente, después se sonrió de su propio temor considerándolo por demás ridículo; ya junto a Alfonso el personaje empezó a hablar animosamente del clima y demás futesas que el chico recibió con monosílabos.
-En estos lares han matado mucho turista, joven, ¿sabía eso usted?…lo menciono para que se cuide, porque pues lo veo así, finito, como que nomas no le entran estas tierras perdidas de Dios- comentó el hombre con una risita maliciosa y despreocupada.
-¿Así? Pues no, no soy turista, lo que sucedió es que me marché de aquí hace bastantes años, y mire…uno cambia- respondió Alfonso ya de nuevo con la desconfianza entramada.
El comentario le había provocado un sudor frío, empezó a atar cabos en su cabeza ¿y si pensaba matarlo? ¿De pronto este hombre era un delincuente?, sí, eso era, un delincuente y buscaba matarle y robarle.
La noche ya era pesada y un viento fresco empezó a soplar por en medio de los inmensos árboles, calculó que serían las 3 de la mañana, quizás poco menos, quería levantarse pero a la vez sentía el cuerpo de plomo y la necesidad imperiosa de no sacar el inmenso temor a flote.
-y ¿a qué dice que se dedica usted joven?- preguntó el campesino
-pues, principalmente, escribo- contestó secamente
El sujeto lanzó una carcajada.
-¿De qué se ríe usted?- inquirió Alfonso, en una guerra de nervios ya casi firmada.
-No de nada, es que no sabía que escribir fuera trabajo, yo no fui a la escuela, éramos muchos, 14…imagínese, ¿escribir? ¿Y gana mucha plata? Me da risa su trabajo es como si “quesque” no fuera un trabajo de a verdad ¿no?, es algo para ricos, o dispense mi ignorancia- finalizó el hombre
Alfonso no contestó nada, empezó a sentir nauseas, infinitas ganas de vomitar; ahora estaba seguro, le quería asesinar por eso le preguntaba del dinero, pensó:
-O yo, o él-
Así que sujetándolo por el cuello le empezó a asfixiar, el hombre balbuceaba algo intentando sacarse al muchacho de encima, pero este como poseído viendo que aquello llevaría tiempo tanteo con una mano entre su ropa sacando su navaja de viaje, la enterró en la yugular del local varias veces, éste fue cediendo pausadamente en un charco de sangre.
Alfonso lo arrastró de los cabellos hasta el interior del parque, asegurándose de no ser visto y le dejó allí, corrió hasta la posada quitándose las ropas plagadas de sangre y tomando su maleta se subió a su auto; manejó toda la noche, aturdido.
Nunca regresó al pueblo y la muerte se atribuyó a una riña cualquiera; años después Alfonso le comentaba a un íntimo amigo suyo, de unos 18 años, poeta frío y clasista, como la mayoría de sus allegados:
-sinceramente no tenía tanto temor de que él me asaltara, más bien quería ver que se sentía, tú entiendes, matar a uno de estos ignorantes; fue como matar una bestia, creo que incluso le hice un bien a la humanidad…además se revolvía como un puerco en matadero. Me moría por contártelo.
El amigo, con alma de látigo, sonrió divertido, en un ademán de indolencia griega, mientras le daba otro sorbo a su cerveza importada.
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