Había una vez un chico que debajo de su cama guardaba celosamente una valija con un cadáver dentro, un fiambre petrificado, intacto, con una expresión en el rostro de algún día haber poseído sangre en las venas; este chico viajaba muy seguido pero jamás se olvidaba de llevar esa sórdida maleta “extra” que en el aeropuerto sorteaba todos los obstáculos de inspección.
A pesar de la insistencia de sus amigos para que socializara con vivos y se olvidara del finado el muchacho no cedía y día con día se volvía más estrecha su relación con el siniestro personaje, llegada las tinieblas nocturnas, agotado del trabajo sin haberse detenido siquiera a cenar, marchaba despacito a su alcoba y metiendo la mano al tanteo debajo de la cama afianzaba la maleta hacia fuera, en ocasiones el extinto alcanzaba a arrastrar una mano que por prisa o por cualquier motivo no había logrado ser acomodada en su sitio, entonces sacándolo de su resguardo entablaba largas conversaciones ante la mirada vacía del cuerpo finamente embalsamado.
Un día pasó lo que nunca: el cadáver no estaba en el neceser cuando el chico lo buscó, desesperado volteó la casa, ¡nada, nada, nada! ¿Es que acaso alguien lo había robado? Esa noche le fue imposible tomar el sueño a pesar de su cansancio desmedido, desconsolado le lloraba a su valioso espécimen, su adorada obnubilación de labios azules y piel helada, moviéndose de un lado a otro en su lecho, no tenía potestad sobre sí mismo, no lograba dejar de preocuparse por no tenerle.
A las 2:00 AM aproximadamente escuchó un ruido, parecía ser la puerta corrediza de la entrada principal, se reincorporó de un salto pero antes de llegar tocaron la puerta de su cuarto, el labio inferior le temblaba de pánico, buscó su arma en el cajón de la mesita de noche, sus manos sudadas apenas podían asir el revólver que empuñó seguro de que un asaltante se había introducido a robarle; pensó que de cierto era el mismo que le había hurtado a su fiambre, abrió la puerta y de prisa se retiró esperando sorprender al desconocido, pero el sorprendido result1ó el chico al descubrir que ¡Era el cadáver!, que tampoco era más un fiambre, sino que estaba lleno de vida, ajeno a los clásicos signos de muerte.
Lentamente, con una pausada y grave voz éste le dijo:
-Ahora estoy vivo, ¡mira! me veo mucho mejor, ven conmigo, yo también te preciso…-
La luz de la luna se filtraba por las ventanas y un frío pertinaz se colaba por debajo de las puertas caprichosas.
Recobrando la compostura el muchacho contestó:
-No, tú ven conmigo-
Acto seguido le dio un tiro que desplomó al resucitado y agregó:
-Vuelve a dormir, tu noctívaga energía me exaspera, cierra tus fauces, me envenenan, ya extraño tu silencio, porque el silencio te mantenía con vida y por efecto dominó me daba vida a mí también.-
habrá una vez en donde no me sorprendan tus relatos? tu forma de escribir, tu estilo originalcon un final diabólico. Te juro que ya extrañaba leer estas historias.
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